Es la teoría del autoboicot. Se aplica a todos los que somos estúpidos. Nos pavoneamos por ahí, jactándonos de superados, de que nadie nos afecta demasiado y de que podemos estar por encima de todo. Hasta que, claro, aparece.
Nos damos cuenta enseguida, nos arde la vista, y creemos que es otro el sentimiento. Pero no, es terror: vemos justo frente a nosotros el terremoto que nos espera. Si tenemos aún peor suerte, ese terremoto nos mirará a los ojos y dirá lo imposible. Pero todavía no. El proceso es algo más complejo. Vayamos por partes.
Primero, vemos al otro por primera vez y sentimos algo parecido a lo que debe sentirse si espontáneamente todos nuestros órganos cambiaran de lugar. Luego, simplemente enloquecemos. Nos volvemos (mucho más) estúpidos, torpes, cobardes, reprimidos, sordos, mudos (tartamudos en un mejor caso), ciegos, insulsos... lo peor de lo intocable y con la vergüenza de tener que salir con ello a la calle diaria y fatalmente. Lo menos sensual del planeta, lo que jamás desearíamos a nuestros hijos. Pero la clave del autoboicot es que esto se vuelve un conocimiento compartido por solamente dos personas: uno y el otro. Gran inconveniente.
Para peor, sucediera que dicho terremoto un día se declarara, muy suelto de palabras, interesado en uno. Increíble. Y digo "increíble" como que no lo creeremos. Debe haber un error, no puede existir la posibilidad de que un terremoto tiemble ante la copa más frágil del estante más alto. Así como quedó expresado, no lo creeremos y trataremos de confirmar que eso no puede ser cierto por todos los medios que se nos ocurran (y serán muchos), sólo para prolongar nuestro sufrimiento por el otro. Porque eso es lo fácil, sufrir por el otro. Si se presenta la oportunidad de relajarse, sincerarse o disfrutar con el otro, el autoboicot nos detendrá y nos dirá "no, piltrafa humana, tu lugar queda lejos del placer".
Esta es la verdadera naturaleza del autoboicot y no debe vérselo como un mecanismo de protección ante un posible fracaso. Porque ha quedado muy claro, el otro tiene la razón y el otro ratifica su interés (a menos que tengamos la dicha de que también se autoboicotee, en cuyo caso gozaremos de una larga temporada de inestabilidad, inseguridad y desanimo) y aún así, somos nada.